Nélida Magdalena Gonzalez
El lugar donde se cumplen mis
deseos
¿Cuántos años pasaron? Casi
no recuerdo, porque el tiempo se subió a una máquina veloz y aceleró los
relojes y el paso de los días y los meses. Los años se adormecieron dentro de
un tornado de emociones y se elevaron alto, como un cometa, sin rumbo. No tengo
noción del tiempo que pasó, pero volví.
El
médano más alto, hoy parece abrazarme y recordarme. Me siento sobre la arena y
dejo que acaricie mis piernas, que ahora, ya no son tan delgadas ni tan firmes.
Preparo mate amargo mientras escucho el sonido de las olas rompiendo mis
ilusiones contra la escollera. Una brisa suave mueve en vaivén mis cabellos,
que ahora, son largos. La brisa se transforma en niña y, con sus pequeñas
manos, quiere trenzar mi pelo. El aroma de la yerba mate húmeda me resulta
placentera y, aunque estoy en el mar, me transporta a los yerbatales verdes que
mecen sus ramas al compás de los rayos de sol.
A lo lejos se pierde un velero antiguo, ese
que hace unas horas, hablaba con las gaviotas cerca de la playa. El horizonte
se dora con los colores de un atardecer tranquilo, sedoso. El velero que cerca
de la playa se veía blanco se tiñó con los cristales dorados. A una gaviota que
hablaba con él, le entregué mis sueños, para que los deposite en la proa y
avancen con el viento azulado.
Antes
de que desaparezca, agarré los binoculares que guardé en mi bolso. Me paro y
observo detenidamente, puedo leer lo que sobre la vela enorme hay escrito, algo
que sé que solo yo puedo divisar. Las letras se distinguen en colores verdes,
amarronados. Me embarga la emoción, allí va escrito mi pedido y mi sueño…
“Quiero paz para mi amado pueblo”.
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