Melisa Gentile: Es docente, escritora y
narradora. Tiene varias publicaciones de literatura infantil y ha participado
en una antología de cuentos para adultos comercializada en Colombia. Conforma
“El Cofre Literario”, compañía con la que realiza narraciones y talleres de
arte. Coordina encuentros de escritura creativa. Su última publicación fue
presentada este año en la Filba bajo el sello editorial Aique.
Jazmines
para no olvidar
A veces parece que
todo termina...los días, las amistades, las parejas, los atardeceres, los
sueños...Pero hay algo que quedó para siempre: es el aroma de los jazmines que
me traías de tus caminatas por el barrio. Los cortabas del jardín de doña
Estela. Vos, decías que lo hacías sin que nadie te viera. Yo, creo que ella te
los daba, pero me mentías porque querías que la historia fuera más emocionante
para mí. Juntas, los poníamos en un florerito que había pintado con témperas en
la escuela, y nos asombrábamos de los pimpollos que aparecían en las mañanas
siguientes… y los olíamos y los llevábamos de ambiente en ambiente para que nos
perfumaran la casa entera y pensábamos que una flor no podía ser tan
naturalmente blanca y perfecta y que no había aroma más exquisito que ese.
Hoy, paso por la
vereda de doña Estela y ahí están ellos, esperando que tus manos los lleven a
las mías. Y aunque ya no estás para recibirlos, yo paso y vos volvés a mí en
ese aire que me envuelve y huele a jazmín. Es difícil describir lo que siento,
por eso a mí, me gusta decir que se me “jazminean” los sentidos. Y entonces,
vuelvo a ver tu sonrisa pícara emulando el delito de robar flores ajenas,
siento en mi piel tus manos llenas de surcos de vida entregándome esos ramitos
que contagiaban alegría y tu voz, siempre tu voz, que vuelve a mí con esas
flores que me demuestran que a veces, parece que todo termina ...pero no.
Primera
lágrima
Cayendo voy por esa
ladera porosa. Caigo con la fuerza de la primera roca que anuncia el derrumbe total.
Nada ni nadie podrá detenerme en esta carrera que inicio llevando conmigo el
dolor más intenso que una persona puede sentir. Cargo en mi pequeño y
translúcido ser, un manojo de recuerdos de momentos felices, pero también,
llevo la imagen de la última vez que lo vio: enfermo, pálido, apagado.
Sé que seré la
valiente que se anime a dar el primer paso de lo que será una catarata doliente
y embravecida. Sé que la haré sentir mal, pero a la vez, sé que ella me
necesita.
Su hijo, con la
inocencia y la sabiduría que sólo permite la infancia, le pide – no llores
mamá, papá va a cuidarnos desde el cielo – pero ya es tarde. Somos un ejército
que ataca.
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