29 de noviembre de 2024

Milagros Pangaro


Milagros Pangaro, de Ramos Mejía en La Matanza, Buenos Aires, es una escritora y poeta
con mucho de barrio. Su estilo mezcla lo urbano con lo personal, sacando inspiración de las calles y vivencias del conurbano bonaerense. Además de escribir, se dedica a la enseñanza, armando talleres re didácticos para pibes. Su obra habla de amor, pérdida y aguante, mostrando una sensibilidad única y una conexión profunda con su gente y su cultura.

Los Balbuceos del Amor en Ramos Mejía

La estación de Ramos Mejía, con sus luces de neón titilando y los trenes rugiendo como
bestias enjauladas, siempre tenía un aire de tragedia. Era ahí donde nos encontrábamos, entre
los vendedores ambulantes y los viajeros apurados. Era nuestra rutina, pero también nuestro
escape.
Era de noche, y el aire estaba impregnado del olor a panchos y frituras, una mezcla
nauseabunda que, sin embargo, ya nos era familiar. Clara y Leo, dos almas perdidas en un mar
de concreto y humo, se miraban con ojos llenos de historias no contadas. Se habían conocido
cuatro años atrás, una historia de amor que se fue cocinando a fuego lento, como esos guisos
de la abuela que parecían mejorar con el tiempo, aunque a veces quemaban.

—Viste, Clara, cuando uno está enamorado, parece que solo puede decir boludeces —dijo Leo,
con una sonrisa cansada en su rostro. Su voz rasposa era un eco de tantas noches sin dormir,
de tantas palabras susurradas y gritadas a la vez.
Clara asintió, su mirada perdida en algún punto entre las vías y la luna. —Es que el amor te
hace balbucear, ¿sabés? Decimos cosas obvias, repetimos lo mismo, pero en realidad estamos
tratando de encontrar el modo de decir lo que sentimos de verdad.

—Pero, ¿qué es lo que sentimos de verdad? —preguntó Leo, encendiendo un cigarrillo. El
humo ascendía en espirales, como sus pensamientos—. Es como si el amor fuera una excusa
para no enfrentarnos a nosotros mismos.

—Es más fácil decir 'te quiero' que enfrentarse a los propios miedos —dijo Clara, y se mordió el
labio. Sabía que Leo tenía razón, pero también sabía que el amor, con todas sus palabras
torpes y sus silencios incómodos, era lo único que les quedaba.

Leo soltó una carcajada amarga. 

—Somos patéticos, Clara. Pero prefiero balbucear y decir
obviedades contigo que vivir en el silencio.
Las palabras de Leo resonaron en el corazón de Clara, como un eco que se repetía una y otra
vez. Sabía que la vida era dura, que el amor era solo una parte de una existencia llena de
miseria y lucha. Pero en esos momentos de balbuceo y obviedades, encontraba un pedazo de
humanidad, un refugio en medio del caos.
El tren llegó, y con él, un nuevo comienzo o tal vez solo otro final. Se subieron sin decir más,
dejando que el silencio hablara por ellos. Pero en ese silencio, en esos balbuceos y
obviedades, encontraron una verdad que solo ellos podían entender: el amor, en su forma más
cruda y conurbana, era lo único que les daba esperanza.
Y así, entre el ruido de las vías y el ajetreo de la estación, Clara y Leo se aferraron a sus
balbuceos, sabiendo que a veces, decir obviedades era la única manera de expresar lo que el
corazón realmente sentía.

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