Tesza Paz
Zapatitos
Los pies pesan, y no por estar usando zapatos que ni me entran, sino por
la carga que lleva el cuerpo. No quiero pensar en la suela que se está
despegando o en el agujero que deja entrar agua en el zapato. El Estado quedó
absuelto de culpa. Voy caminando, por la plaza, con mi bolsito en mano,
buscando qué más recolectar. Y los niños ríen, bailan e inventan mil juegos.
Los veo desde la distancia, los adultos han prohibido acercarme a sus
Pulgarcitos. Y me pregunto por qué no me dejan jugar, si tengo la misma
estatura, la misma edad, las mismas ganas de olvidar que mi vida no está en
paz. No tiene sentido que me queje una vez más, nada va a cambiar. Y mi
estómago seguirá pidiendo la comida que no tengo, mi piel el abrigo que me
falta, mi espalda la cama que tanto deseo y mis pies los zapatos 32 que me
puedan entrar. Si tan sólo hubiera alguien que me pudiera rescatar, con un beso
en estado de muerta, o una Bestia que me alimente mientras me manipula para
dejarme secuestrar. Pero no, esos son sólo cuentos que dé más chica me
contaban, y ahora sólo ilusiones que no se pueden concretar. Los dolores del
corazón pesan tanto, que por las noches suelo preguntarme si lo voy a lograr,
si al día de mañana voy a llegar. Resoplando con los pies cansados y
agrietados. Espero, con mucho anhelo, que mi cuerpo sienta alivio y no tanto
cansancio por caminar tantas horas buscando algo cómodo para mi talón que se ha
dañado de tanto golpearlo con el clavito que sobresale del zapato. Y que nunca
saqué, porque el arreglo, claramente, no sale barato. En este país muy, muy,
muy lejano, la fantasía no existe. Acá sólo hay miseria. No hay hadas ni genios
en lámparas, ya ni siquiera quedan lámparas. Y los reyes, allá en lo alto de
sus castillos, no miran hacia nosotros. Tienen su propio mundo en el que una
niña como yo no vale nada. Ni siquiera para los animales, que me ven en este
terrible estado de anemia, casi moribunda, y no se acercan. No cantan, ni
bailan, ni limpian mi casa improvisada. ¡Tampoco me quieren como comida! ¡Ni
siquiera sirvo como alimento, como carne viva!
Y a veces pienso, cuando estoy más cansada que, si me hubiera entrado el
zapato de cristal, si la elegida hubiera sido yo, ahora mismo estaría viviendo
en una mansión. No dormiría muriendo de frío en un callejón. ¿Algún día dejaré
de usar calzado prestado, usado, roto u olvidado? ¿Algún día podré decir que
algo es mío? ¿Dejaré de sentir que nada me acompaña, incluida yo misma, que
sigo abandonada? ¿Algún día tendré mi propio cuento de hadas?
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