Rubén Paz
Fruta
morocha
La vereda estaba llena de nísperos caídos del árbol. Doña Mara V.I. se
cansaba de barrer el fruto y arrojarlo a la basura, porque según ella, era
mugre al no ser una fruta del mercado. Lo mismo opinaban las vecinas de la otra
cuadra del árbol de moras.
Algunos pibes del barrio tomaron la iniciativa de quitar la fruta del
árbol para vender. Pasaban por la casa
de la señora Mara V.I. pero esta se negaba a comprar esa fruta de morochos, a
morochos.
En ocasiones ciertos vecinos les compraban a los chicos, sólo porque
veían en ese acto la caridad más que un negocio. Los nísperos sin ser probados
iban a parar a la basura irremediablemente, pero la gente bien del barrio se
sentía feliz con su alma, al aportar al bolsillo de los morochos que se la
rebuscaban con esas nimiedades.
Los árboles fueron desapareciendo lentamente del barrio. Leamos dos de
esos testimonios encontrados en los diarios de la época:
“Eran pura mugre- dijo Alberto Z., dueño de la empresa de alimentos
conservados de la calle Ruiz Díaz- Marga, la doméstica, se pasaba gran parte de
la mañana perdiendo tiempo limpiando la vereda. Un horror. La Municipalidad
hizo muy bien en la tala”.
“Nos quitaron los nísperos -dijo Marcos, un señor de mediana edad- con
los pibes del barrio nos cansábamos de comer ese manjar y ni que hablar de las
moras”.
Doña Mara V.I. una mañana fue al súper y se topó con una bolsa de
primera marca conteniendo los nísperos. No lo dudó, se compró un paquete que
salía una pequeña fortuna. Las vecinas de la otra cuadra también descubrieron
que una importante marca vendía mermelada de moras. Tampoco dudaron en adquirir
ese manjar pese al precio excesivo.
Escenas como estas se dieron en el hogar de la señora Mara V.I:
-¡Queridooooo! ¡¡Mirá conseguí nísperos en el Mercado!! ¡Son una delicia
de primera marca! Eso sí, son caros, pero lo valen ¡Probá uno! - decía sacando
los nísperos de la bolsa, mientras su esposo, mirando de reojo por la ventana,
añoraba el paisaje barrial sin los árboles talados y a su esposa, a quien
conoció en un pueblo, hace muchos años, con las patas chorreadas de morado,
como esa fruta que ella tanto detestaba.
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