5 de diciembre de 2024

Rubén Paz

 


Rubén Paz

 

Fruta morocha

 

La vereda estaba llena de nísperos caídos del árbol. Doña Mara V.I. se cansaba de barrer el fruto y arrojarlo a la basura, porque según ella, era mugre al no ser una fruta del mercado. Lo mismo opinaban las vecinas de la otra cuadra del árbol de moras.

Algunos pibes del barrio tomaron la iniciativa de quitar la fruta del árbol para vender.  Pasaban por la casa de la señora Mara V.I. pero esta se negaba a comprar esa fruta de morochos, a morochos.

En ocasiones ciertos vecinos les compraban a los chicos, sólo porque veían en ese acto la caridad más que un negocio. Los nísperos sin ser probados iban a parar a la basura irremediablemente, pero la gente bien del barrio se sentía feliz con su alma, al aportar al bolsillo de los morochos que se la rebuscaban con esas nimiedades.

Los árboles fueron desapareciendo lentamente del barrio. Leamos dos de esos testimonios encontrados en los diarios de la época:

“Eran pura mugre- dijo Alberto Z., dueño de la empresa de alimentos conservados de la calle Ruiz Díaz- Marga, la doméstica, se pasaba gran parte de la mañana perdiendo tiempo limpiando la vereda. Un horror. La Municipalidad hizo muy bien en la tala”.

“Nos quitaron los nísperos -dijo Marcos, un señor de mediana edad- con los pibes del barrio nos cansábamos de comer ese manjar y ni que hablar de las moras”.

Doña Mara V.I. una mañana fue al súper y se topó con una bolsa de primera marca conteniendo los nísperos. No lo dudó, se compró un paquete que salía una pequeña fortuna. Las vecinas de la otra cuadra también descubrieron que una importante marca vendía mermelada de moras. Tampoco dudaron en adquirir ese manjar pese al precio excesivo.

Escenas como estas se dieron en el hogar de la señora Mara V.I:

-¡Queridooooo! ¡¡Mirá conseguí nísperos en el Mercado!! ¡Son una delicia de primera marca! Eso sí, son caros, pero lo valen ¡Probá uno! - decía sacando los nísperos de la bolsa, mientras su esposo, mirando de reojo por la ventana, añoraba el paisaje barrial sin los árboles talados y a su esposa, a quien conoció en un pueblo, hace muchos años, con las patas chorreadas de morado, como esa fruta que ella tanto detestaba.

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