Raquel Szulman
Así te quería
ver, escopeta
El adolescente metió la llave en la cerradura con cuidado, era tarde.
Apenas abrió, el enorme dogo de burdeos: que no ladre, lo retarían los padres.
Esto era pan comido; acariciar al perro, caminar despacio, apretar las llaves,
que no tintinearan. Su cuerpo flaco y quinceañero estaba lleno de vodka, se
tambaleó. Entró en la cocina y se dio cuenta de que no estaba solo: ahí, la
abuela, sentada a la mesa, despierta a las tres de la mañana.
- ¿Querés mate, abue? -
La abuela, quieta, dura. Él la miró entre sus ojos borrachos, hizo un esfuerzo
por estar como ella, lo más quieto posible… movería solo los ojos. Sintió
cierto malestar en el costado del hígado… el vodka.
- Tenemos que hablar-
dijo ella, y empezó- ¡Mijito llegó muy tarde! Usted es chiquito, son las tres
de la mañana, mire que mal se para, todo torcido ¿qué le dieron?... ¡Así no hay
cuerpo que aguante, eh! … Dejate de embromar nene, ocupate de algo: un trabajo,
la escuela ¿qué andás haciendo papando moscas como tarado a las cuatro de la
mañana por estos barrios? ¿Te pensás que la vida es soplar y hacer botellas? Te
lo digo yo, que a los 15 años ya había hecho de todo… si supieras… ¡Después no
me vengas con problemas, que calavera no chilla, eh! Mirá que llegar a casa ¡a
las cinco de la mañana! Después cuando las papas queman venís a pedirme que te
cubra… No, no, y no. Tu problema es que no tenés ocupación, mijito, esa es la
madre del borrego. Y después, sin oficio, ni empleo… ¡agarrate Catalina! Ahora
bañate y andá a dormir que ya son las seis. Te hablo para que no te vayas al
recarajo, ya está: te lo dije ¿me entendiste nene?
Sí, la abuela era una exagerada, pero entendió todo: en la escuela tenía
que anotarse; papas, podía cocinarlas, sin moscas, claro ¿a quién se le ocurre
papas con moscas? De botellas ni hablar, las de vodka no caen bien, ni
chuparlas ni soplarlas… lo de calavera, quién sabe la vieja hablaba del más
allá… ¿Y madre de borrego? se ve que eso era un insulto feísimo de su época, se
le notó en la cara… qué raro la abuela hablando así, él escuchó bien: ¿se
estaba yendo al recarajo? Pero por lo menos estaba salvado en cuestión de
mujeres: no conocía a ninguna Catalina.
- ¿Me entendiste nene o
te lo explico de nuevo?
Al chico le dio hambre: abrió la heladera, sacó una empanada y cuando
giró para contestar, la abuela ya no estaba. Se había esfumado, lenta y
tranquila, en el aire tibio de la cocina.
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