Carla Carés: Nacida en Potenza, Italia,
vive en Ramos Mejía. Perita en Relaciones Públicas y Periodismo. Sus textos
fueron leídos en distintos ámbitos de lectura y publicados en diversas
antologías. En el año 2013 editó el libro "Laureles en la planta del
pie". Coordinadora del taller literario "Letras y Sueños" en la
provincia de Buenos Aires y CABA
En la quebrada
La señorita Leonor era la directora de la escuela rural N°233 en la
quebrada jujeña. Mujer delgada y de edad indescifrable tenía la piel morena
todavía tersa. Parecía ser la misma “Virgen Negra” que reinaba en los altares
de las iglesias de los pueblos pobres.
Esa tarde, salió al patio y divisó los amenazantes nubarrones que desde
las montañas se iban avecinando. Luego habló a sus alumnos para prevenirles del
temporal; se acercó a los hermanitos Agustín y Emiliano Peralta que eran los
que vivían más lejos.
-Quédense aquí esta noche, ya tenemos la nevada cerca; más tarde le
puedo dar comida caliente y armar unas camas- les dijo la señorita Leonor.
-Vamos a ir por el atajo para llegar antes que anochezca- decidió
Emiliano tomando las camperas y los gorros que la “seño” Leonor les había
tejido.
Partieron apurados. Los sorprendió la lluvia en las proximidades del río
Grande. Un territorio inhóspito, interminablemente blanco los esperaba.
Los álamos cubiertos de nieve se confundían con el blancor de las
casitas, que de a poco se iban desdibujando. La temperatura seguía bajando.
Cubiertos por el abrigo de infinitos copos de nieve, los niños avanzaban despacio.
En tanto la nieve caía; monótona… incesante. En el silencio lúgubre, sólo se
oía el siseo de los pasos arrastrándose en la blancuzca espesura. A esa hora,
el bosque transformado en mortaja acechaba.
- ¡Dame la mano!
¡Dame la mano! - suplicaba el más pequeño tendido sobre la nieve. Pensando en
su mamá, en la comida caliente y la cama tibia que les había ofrecido la “seño”
Leonor, Emiliano avanzaba con su hermanito en brazos. Desafiante como los
cardones que ofrecían al cielo sus brazos espinosos. La nevada había ganado a
la noche y la silueta de un cóndor sobrevolaba las alturas de los Andes.
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