26 de octubre de 2024

Carla Carés

 


Carla Carés: Nacida en Potenza, Italia, vive en Ramos Mejía. Perita en Relaciones Públicas y Periodismo. Sus textos fueron leídos en distintos ámbitos de lectura y publicados en diversas antologías. En el año 2013 editó el libro "Laureles en la planta del pie". Coordinadora del taller literario "Letras y Sueños" en la provincia de Buenos Aires y CABA

En la quebrada 

La señorita Leonor era la directora de la escuela rural N°233 en la quebrada jujeña. Mujer delgada y de edad indescifrable tenía la piel morena todavía tersa. Parecía ser la misma “Virgen Negra” que reinaba en los altares de las iglesias de los pueblos pobres.

Esa tarde, salió al patio y divisó los amenazantes nubarrones que desde las montañas se iban avecinando. Luego habló a sus alumnos para prevenirles del temporal; se acercó a los hermanitos Agustín y Emiliano Peralta que eran los que vivían más lejos.

-Quédense aquí esta noche, ya tenemos la nevada cerca; más tarde le puedo dar comida caliente y armar unas camas- les dijo la señorita Leonor.

-Vamos a ir por el atajo para llegar antes que anochezca- decidió Emiliano tomando las camperas y los gorros que la “seño” Leonor les había tejido.

Partieron apurados. Los sorprendió la lluvia en las proximidades del río Grande. Un territorio inhóspito, interminablemente blanco los esperaba.

Los álamos cubiertos de nieve se confundían con el blancor de las casitas, que de a poco se iban desdibujando. La temperatura seguía bajando. Cubiertos por el abrigo de infinitos copos de nieve, los niños avanzaban despacio. En tanto la nieve caía; monótona… incesante. En el silencio lúgubre, sólo se oía el siseo de los pasos arrastrándose en la blancuzca espesura. A esa hora, el bosque transformado en mortaja acechaba.

     - ¡Dame la mano! ¡Dame la mano! - suplicaba el más pequeño tendido sobre la nieve. Pensando en su mamá, en la comida caliente y la cama tibia que les había ofrecido la “seño” Leonor, Emiliano avanzaba con su hermanito en brazos. Desafiante como los cardones que ofrecían al cielo sus brazos espinosos. La nevada había ganado a la noche y la silueta de un cóndor sobrevolaba las alturas de los Andes.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario